Clark, Robledo, Buenrostro… los saldos del desastre

Carlos H. Estrada (24/04/2025)
El desabasto de medicamentos en México no es un accidente ni un efecto colateral de la lucha contra la corrupción. Es la consecuencia directa de decisiones mal tomadas, de negligencia administrativa y de una red de complicidades enquistada en lo más alto del poder.
A finales de marzo, la presidenta Claudia Sheinbaum prometió que el desabasto estaría resuelto. No solo no ocurrió: hoy miles de pacientes siguen esperando tratamientos en hospitales que, literalmente, no tienen qué ofrecer. En nombre del combate a la corrupción, se anularon licitaciones por contratos a sobreprecio, 13 mil millones de pesos, dijo Raquel Buenrostro, la secretaria anticorrupción.
Pero la corrupción no termina en seis burócratas de Birmex, y la sospecha se extiende a funcionarios como Eduardo Clark, quien sin experiencia en el sector Salud ni en adquisiciones públicas fue impuesto como subsecretario de Integración y Desarrollo de la Secretaría de Salud. Su llegada, más que una apuesta por la eficiencia, fue una concesión política. Su inexperiencia no solo agravó el caos, lo institucionalizó.
Clark desplazó al secretario de Salud David Kershenobich y se convirtió, de facto, en el rostro técnico de un desastre. Incapaz de responder preguntas básicas sobre adquisiciones, ignoró las advertencias de expertos y organismos anticorrupción. Mientras tanto, operadores como Jorge de Anda, Fabián López Xochipa o Mateo Pinzón —este último reincorporado al sector público pese a su historial de colusión— seguían manipulando fallos y favoreciendo a proveedores.
La sombra de Zoé Robledo es aún más oscura. El IMSS, bajo su mando, saboteó el proceso desde dentro: retrasó intencionalmente la entrega de demandas, infló órdenes de compra y reactivó las adquisiciones regionales, las mismas que, durante años, sirvieron como mecanismo para burlar la ley y generar contratos a modo. No obstante los expedientes sustentados con evidencias sobre su papel activo en este mecanismo, Robledo no solo no ha sido investigado sino que permanece intocable.
Lo más alarmante es que esta red no es un rezago del pasado, es una continuidad. Muchos de los actores señalados ya operaban en el sexenio anterior, y hoy regresan con mayor poder, protegidos por un discurso de “transformación” que en los hechos encubre prácticas viejas con nuevas excusas.
Las víctimas no están en los escritorios de Birmex ni en las oficinas del IMSS, están en las salas de espera, en los pasillos sin medicina, en los hogares donde se sufre el costo real de esta negligencia. Pacientes que no reciben tratamiento, familias que se endeudan para comprar medicamentos que el Estado prometió garantizar.
¿De qué sirve proclamar una lucha contra la corrupción, como la que ha enarbolado Raquel Buenrostro si los verdaderos responsables siguen operando? ¿Cuántos más deben pagar con su salud para que el gobierno deje de maquillar el desastre?
Si la casa se quiere limpiar, hay que barrer desde arriba. Porque hoy, el saldo del desastre no solo se mide en pesos, sino en vidas.