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París 2024

Foto: Especial

13/08/2024

Juan Cristóbal Cruz Revueltas

Es difícil imaginar un cambio de humor más radical que el vivido por los franceses en las últimas semanas. Hace unas semanas, Francia era un país en medio de diferentes crisis: por una parte, crisis coyunturales como el triunfo de la extrema derecha en las elecciones europeas, la disolución de la Asamblea Nacional, la ausencia de gobierno y amenazas de atentados de toda índole; pero, por otra parte, una nación en medio de una profunda crisis de pesimismo y un sentimiento de fin de civilización. Sin embargo, de un día para otro, los franceses pasaron a la euforia. De golpe, se despertaron en un país capaz de organizar un gran evento mundial, de ganar medallas olímpicas e incluso de gestar una nueva generación de héroes del deporte como Léon Marchand con sus cuatro medallas de oro. Tras la inauguración, los parisinos dejaron su habitual amargura, recuperaron el orgullo y salieron a las calles envueltos, literalmente, en su bandera.

Todo salió bien, y esa fue la gran sorpresa. Durante meses, numerosas voces expresaron opiniones pesimistas. Incluso ante esa mezcla de deporte, cultura e historia que fue la inauguración, algunos célebres filósofos, como Alain Filkenkraut y Michel Onfray, se quejaron afligidos del “espectáculo grotesco” (Alain Filkenkraut, Le Figaro, 29 de julio de 2024) y de la exhibición de “odio de sí” que habría sido la ceremonia. La reacción era de esperarse luego de que la cantante y compositora francesa de origen maliense, Aya Nakamura, se presentara cantando mientras dejaba atrás el Instituto de Francia, sede de la Academia Francesa, cuya misión es preservar la lengua de Molière. Para ellos, se trató de la celebración de una Francia posnacional y “globish”, una suerte de confirmación de que, finalmente, la vieja nación francesa se habría convertido en un “Disneyland wokista de izquierda”.

Quizás por el tono provocador del evento, algunos confundieron “El festín de los dioses” (Museo Magnin, Dijon) de Jan Harmensz, artista holandés del siglo XVII, al que hizo referencia en la inauguración el actor Philippe Katerine, con “La última cena” de Leonardo da Vinci. No es de extrañar que Trump, Erdogan, el Ayatolá Jameneí y el Papa Francisco aprovecharan la ocasión para denunciar la evocación, haciendo gala de una mezcla de oportunismo político e ignorancia iconográfica.

Sin duda, la propuesta de la inauguración fue arriesgada. Fue una mezcla de todas las contradicciones francesas. Un revolucionario “muera el pasado”, con el consiguiente “marchemos sobre las ruinas de la Academia Francesa y de sus reinas guillotinadas”. Pero todo ello teniendo como telón de fondo los grandes sitios culturales e históricos de esta gran ciudad que es París. En otras palabras, la narración “posnacional” se apoyó en una combinación de elementos históricos como la elevación religiosa medieval tipo Notre Dame, la gran tradición renacentista y clásica del Louvre, la modernidad haussmaniana del siglo XIX y la torre diseñada por el arquitecto Eiffel para la Exposición Universal de 1889…

Ante la intensidad de la inauguración y la efervescencia de las competencias, que convirtió a Francia en un país de pantallas (no sólo por el uso masivo y obsesivo de teléfonos portátiles, sino también porque la inauguración fue seguida sólo en Francia por 24 millones de espectadores y porque se colocaron pantallas gigantes en todo el país (las fan zones)), se entiende que la clausura no haya suscitado mayores escándalos y haya parecido desangelada y sin emociones significativas. Pasamos de la gran emoción de Céline Dion cantando el “Himno al amor” de Édith Piaf desde lo alto de la torre Eiffel, a un desfile de grupos musicales más o menos insípidos y a un envejecido Tom Cruise repitiendo lo que sabe hacer. Sólo un detalle podría llamar la atención de los conocedores de la iconografía occidental: el manejo de la referencia al “Hombre de Vitruvio” de Leonardo da Vinci, representación por antonomasia del humanismo clásico y renacentista, pero retomada esta vez al estilo posthumano y posapocalíptico de un Jonathan Nolan (Westworld). Curiosa referencia en un evento que, como las Olimpiadas, celebra el cuerpo humano. En fin, no todo podía salir bien, pero sobre todo habrá que superar el “día siguiente”, es decir, el regreso a la dura vida cotidiana luego de la euforia. O, quizás, ¿quién sabe? París seguirá siendo una fiesta.