El anatema de Trump (tercera parte)
Israel Covarrubias
04/11/2024
La política “a la Trump” está caracterizada por una inclinación al uso de las técnicas que ofrece el nuevo principado virtual. El dispositivo comunicativo coloca en un estado de igualación radical, aunque no sea democrática ni económica, a cualquiera con todo el mundo, coronando la poca exigencia de diferenciación. Triunfa la tiranía de la vanagloria, donde la rapacidad y el egoísmo son considerados valores sociales estimables, y la consolidación de la improvisación como “arte” de lo político es una realidad.
El populismo tiene éxito ahí donde está colocado como efecto de restitución de cuerpos políticos fragmentados o balcanizados. Debajo de la capa que enmascara en su cornisa “disonante” y “escandalosa”, este esconde fenómenos relevantes para el debate político. Cuando sugiero que la retórica populista es disonante y escandalosa, pienso en los efectos de los discursos de personajes como Beppe Grillo en YouTube, o los más articulado de Gianroberto Casaleggio, artífice intelectual del Movimento 5 Stelle en Italia, que, en sus transmisiones en directo, lograron que el populismo aprovechara las ventajas de la tecnología y los algoritmos para hacer política con la ayuda de las redes sociales. Por ende, se coloca en el corazón de la aceleración del tiempo de la democracia gracias a la ruptura que introduce en las mediaciones de los espacios y las reglas de la representación política tradicional. También está presente en los larguísimos discursos que pronunciaba Chávez en su programa Aló presidente, o en los de AMLO en sus conferencias mañaneras, o los “descensos al campo” de Trump cuando era el rey del vituperio en Twitter. Es claro que no son los mismos tipos de populismo. Sin embargo, la lógica disonante nos lleva a colocar la atención en qué dicen y no en cómo lo dicen, para la comprensión de uno de los usos políticos característicos de los populistas, pues a partir de ese mecanismo transmiten sus mensajes con eficacia.
¿Cómo llegamos a un momento histórico donde el escándalo es un deseo colectivo que, en ciertas situaciones, como las hazañas negativas de Trump, cae en el abismo de la vida en común radicalizada? La fantasía del populismo es una convergencia donde la mentira sistemática es seductora y deviene familiar. Al respecto, el periodist Mark Singer cita a Alair Townsend, que fue “antigua vicealcaldesa de Nueva York”, quien dijo: “Yo no le creería a Trump aunque su lengua estuviera notariada”. El público de Trump, sin embargo, cree sinceramente en lo que dice, aunque sea una mentira, porque piensa que es su estilo y es normal en alguien como él. Con Trump, aparece de nuevo la profecía que se cumple a sí misma: “Verdad es que también suelta embustes como un loco”, dice el filósofo Aaron James, “pero son sus patrañas, las que todos conocemos, y, por lo tanto, no tenemos la sensación de que nos estén engañando”.
La forma de lo grotesco no tiene paragón con ninguna otra etapa de la democracia moderna. Pensemos en el affaire entre Trump y Stormy Daniels, una estrella de cine porno que saltó al régimen de la comunicación al expresar que el presidente norteamericano fue su amante, hecho que ningún contrato de confidencialidad, como el que parece firmó la actriz, pudo mantener en secreto. Pero lo que no es un secreto es que Trump tiene fama de ser un pornógrafo sin remedio: “¿Quieres saber qué considero realmente una compañía ideal?”, le pregunta Trump al periodista Mark Singer, y su respuesta es obvia: “Un buen culo”.