El anatema de Trump (segunda parte)
Israel Covarrubias
03/11/2024
Con el ascenso de Trump a la política norteamericana, lo que merece atención es el potencial disruptivo que presenta en la reorganización de los liderazgos en la democracia, donde destaca el uso de las redes sociales como el ágora por excelencia para escuchar la voz de los que no cuentan en el sistema de representación política, y que luego salen masivamente a las calles, no se contentan con vociferar en las redes. “Miles devotantes reales”, señala Mark Singer, “con miedos reales y agravios largamente reprimidos, se apiñaban en sus mítines. Entre ellos había irredentos iracundos, pero no era el sentimiento general. Se trataba de ciudadanos cuyo resentimiento y enojo se había impregnado con la crónica mala fe de sus representantes”.
Albert Watkins, el abogado de Jacob Chansley, “El Bisonte”, luego de la detención de su cliente por el asalto al Capitolio en 2021, lo confirma: “Mi cliente, como muchos estadounidenses, sentía que su voz no se escuchaba […]. Cuando llegó Donald Trump, sintió que su voz al fin se escuchaba. Era relevante. Como resultado, tenía un cariño apasionado, incluso un amor por Trump. Creía que las palabras de su presidente eran para él. Hablamos de un fenómeno como el de los seguidores de Grateful Dead. Como los que seguían a la banda de un concierto a otro, mi cliente seguía al presidente de un mitin a otro. Allí era reconocido, era parte de un grupo. Cuando el presidente, el 6 de enero, les pide que caminen con él por la avenida Pensilvania, sentían no solo que el presidente les hablaba a ellos, sino que les estaba invitando. ¿Tuvo nuestro presidente un papel? ¿Tuvo una influencia? ¿Causó al menos en parte lo que ocurrió el 6 de enero? Sí. Categóricamente. Sin duda alguna”.
Claramente aparece un llamado a la acción, fundado en una ideología de corte “aspiracional” que pretende la recuperación del espacio político que había perdido el cuerpo social, previamente envilecido por la vorágine de la “alta” política. Eso abre la puerta a una oportunidad irrepetible para que salga a escena la promesa política, y que mediante un “abrazo de intoxicación mutua” entre partidarios y líder logre la unión sacralizada, con un “un coctel de falsas estadísticas, mezcladas con temor, ingenuidad e indiferencia ante las exigencias pragmáticas. Un fanatismo solo precariamente relacionado con la realidad”, sentencia el periodista Mark Singer. Esta situación ayuda a la comprensión de las causas de la caída en la estimación social de los valores que fundaron la modernidad política. El signo de esta reducción no puede ser dejado de lado, es esencial no perderlo de vista.
Todo sumado, asistimos a un escenario político en donde se ha vuelto moneda de uso corriente aquello que el escritor Salman Rushdie sugería en una entrevista con Mateo Sancho Cardiel para el periódico El país (4/11/2017) de que “estamos gobernados por lo grotesco”, ya que su soporte lo encontramos en el desarrollo de “una cultura de la ignorancia agresiva”, que tiene una enorme influencia en nuestra época actual. Es un punto de inflexión en el tiempo presente que se distingue de la Gran Política en la larga historia del siglo XX. Esa política, encausada y aplaudida frente a los movimientos totalitarios que dejaba atrás, que domesticaba las querellas dentro de los confines institucionales de los sistemas políticos nacionales, no existe más. En la época actual produce más eco la exigencia por parte de las sociedades democráticas de que la política responda a lo cotidiano, tanto del campo material como inmaterial. El privilegio no es el uso de arengas enloquecidas, sino la construcción de un discurso que, en términos pedagógicos, sea entendible para los ciudadanos. Y no porque estos sean ignorantes o finjan serlo, sino porque necesitan llenar de contenido las identidades políticas que estaban atomizadas y en el abandono. El argumento, recurrente para explicar el ascenso de los populismos, de que sus votantes son masas de sujetos ignorantes, es un juicio apresurado, impreciso, que descubre más la ignorancia de quien lo enuncia que la de aquellos que son prejuiciados como “masas” ignorantes.