El gran desafio de la inteligencia artificial está en otra parte
Foto: Especial
29/08/2024
Juan Cristóbal Cruz Revueltas
Luego de casi dos años de febrilidad mundial suscitada por la irrupción de la inteligencia artificial (IA) generativa ChatGPT, un estudio de Goldman Sachs, publicado el pasado 27 de junio, se pregunta sobriamente: “IA generativa: ¿muchos gastos, muy pocos beneficios?”. Una actitud de cautela empieza a difundirse, lo cual no es nada nuevo en la breve historia de la IA misma, que incluye ya dos grandes “inviernos”. El primero, entre 1974 y 1980, y el segundo, entre 1987 y 1993. Cada uno de ellos tuvo sus consiguientes frenos a la inversión y al financiamiento de la investigación en el sector. No es exagerado afirmar que la sucesión constante de altas y bajas expectativas producidas por la IA se asemeja a la de un individuo con trastorno bipolar: un día se anuncia la “gran revolución” que cambiarán definitivamente la historia de la humanidad, pero, luego de la borrachera, se cede a la decepción al no obtener el alto nivel de resultados esperados. Ahora bien, como sucede con las fiebres del oro que al menos enriquecen a los vendedores de picos y palas, los beneficiados suelen ser otros: la efervescencia producida por ChatGPT permitió a una conocida empresa productora de chips, Nvidia, aumentar sus ventas en 126 % durante 2024.
Ya antes de esta última ola de expectativas generada por ChatGPT, se habían generado grandes expectativas respecto a los posibles efectos del desarrollo de la IA. Durante las últimas dos décadas, grandes personalidades mundiales, desde el frío V. Putin al locuaz E. Musk, pasando por el astrofísico S. Hawking, han insistido en alertarnos del riesgo existencial que supone el gran desarrollo de la IA, en particular con la idea —popularizada en 2005 por Ray Kurzweil, director de ingeniería en Google— del advenimiento de la denominada “singularidad tecnológica”. Es decir, con la aparición de IAs capaces de autoperfeccionarse a sí mismas infinitamente. Aún hoy, personalidades mundialmente influyentes como el historiador Yuval Noaḥ Harari no dudan en comparar la IA con una suerte de peligrosa “inteligencia alienígena”. Al menos por ahora, parece que todo esto ha sido excesivo, por ingenuidad o malintencionadamente. Ya en 2017, el investigador francés Jean-Gabriel Ganascia había denunciado esta referencia angustiosa a la idea de singularidad: “… nada en el estado actual de las técnicas de inteligencia artificial nos autoriza a afirmar que las computadoras estarán pronto en condiciones de perfeccionarse infinitamente…” (Le Mythe de la singularité, Seuil, París, 2017, p. 54). Por si quedara alguna duda, recientemente dos estudios académicos, uno de la Universidad de Bath en Inglaterra y el otro de la Universidad Técnica de Darmstadt en Alemania, ambos publicados el pasado 12 de agosto, confirman la posición de Ganascia: la IA no supone ningún riesgo existencial para los seres humanos.
La gran importancia de la IA no está a discusión. Pero hasta ahora el debate ha estado sesgado por la enormidad de los intereses en juego, así como por el uso de un lenguaje poco preciso, confuso y cargado de analogías biológicas, y, quizás, por un exceso de ciencia ficción y por el miedo, casi de tipo antropológico, al desarrollo tecnológico. El impacto que la IA tendrá en la economía y en el empleo; la transformación de las sociedades democráticas bajo el impacto de las redes sociales y el uso y abuso de las fake news; la gran importancia comercial y política que tendrá el control de los datos generados por las redes digitales… son algunos de los temas verdaderamente relevantes.
La reciente detención de Pavel Dourov, fundador de la mensajería instantánea Telegram, es una muestra del tamaño de los intereses y de los derechos (entre ellos, la libertad de expresión) que están en juego con el actual desarrollo de la tecnología.
Si antes la mayor amenaza para la libertad del individuo era el poder del Estado, gracias al desarrollo tecnológico hoy en día el totalitarismo también (y a la vez) puede venir del poder de grupos privados. Ganascia apunta atinadamente:
“Napoléon Bonaparte, Joseph Stalin, Nicolae Ceausescu y Mao Zedong lo habrían soñado; George Orwell los imaginó en la novela 1984; ¡Amazon, Google, Apple y otros gigantes de la red lo han hecho!” (Jean-Gabriel Ganascia, Servitudes Virtuelles, Seuil, París, 2022, p. 242).